Hola Ezequiel!, recuerdo que me mencionaste esta foto...me complace ahora verla...el oxido tiene difnitivamente un gran atractivo.... Te cuento que me estoy haciendo un lugar para terminar el libro que me prestaste, que la verdad es muy interesante y así poder devolvértelo. Por otra parte el libro de Ballard que te mencione asociado a imágenes de óxido se llama "La sequía", para tener el cuenta. Un abrazo
Te adjunto esta reseña que obtuve de internet: La sequia
J. G. Ballard Ballard ofrece un nuevo vistazo a un universo interior en el que un antihéroe típico y atípico deambula por un mundo en el que el agua va desapareciendo.
por Luis Fonseca
La verdad es que hasta la presente novela no había leído nada de Ballard, pero después de rebuscar información me lo he acabado imaginando como una especie de Woody Allen de la ciencia ficción: un artista con vocación de autor, con una serie de monotemas recurrentes en su obra, y que, al igual que el realizador neoyorkino, nunca ha ganado nada parecido al Oscar a pesar de su contrastada calidad y su dilatada producción.
Volviendo a lo de los temas recurrentes, la fe en el progreso ordenado de la humanidad no es uno de ellos, más bien lo contrario: ya en los 60, Ballard dio inicio a una serie de novelas apocalípticas en la que junto la novela que nos ocupa, se enmarcan obras como El viento de ninguna parte, El mundo sumergido o El mundo de cristal. Un enfoque poco optimista del futuro, que en los 70 tuvo continuación en obras como Crash, La isla de cemento y Rascacielos, otra serie de novelas de corte funesto pero con la acción circunscrita a un entorno más urbano. Posiblemente, las claves de la disposición vital de Ballard en estas novelas y el origen de la parafernalia con que las adorna puedan encontrarse en sus tempranas experiencias vitales, recogidas en su novela de más éxito, la autobiográfica, y llevada al cine por Spielberg, El Imperio del Sol.
La sequía es, como decía, una de esas primeras novelas de aire apocalíptico que nace de un planteamiento ingenuamente sencillo: el mar está tan contaminado que una capa continua de extraña naturaleza sobre el agua impide su evaporación. Sin evaporación, no hay nubes, y sin nubes no hay lluvia. Y, así, la falta de agua, ese recurso que damos por descontado (y de cuya escasez e importancia somos más conscientes ahora que en el 63 cuando Ballard escribió la novela) trae consigo la desintegración social y el declive de la civilización. En esta tesitura, Ramson, nuestro protagonista deja pasar los días navegando por las aguas menguantes de un lago, y vagando por las calles del pueblo ribereño, demorando sumarse al éxodo masivo hacia las zonas costeras que se han convertido en un improvisado y masificado campo de refugiados alrededor de grandes torres de desalinización.
En una segunda parte asistimos al grado de desastre social y ecológico alcanzado en las playas diez años después, con los supervivientes organizados en pequeñas comunidades (meros simulacros de orden social y de cordura psicológica) que pastorean el agua arrebatada al mar en los bajíos de sal para su desalinización en rudimentarios alambiques (una especie de El señor de las moscas protagonizado por adultos). En la tercera y última, un Ramson acompañado emprende el viaje de vuelta al pueblo de partida para encontrar enseñoreándose en él, en extraña y precaria simbiosis, a los miembros más excéntricos y marginales de sus pobladores originales.
Mención especial merece el carácter del protagonista, al que adornan una serie de rasgos que, según he leído, Ballard ha perpetuado en otras obras. Se trata de un protagonista vapuleado por los acontecimientos pero poco combativo, sereno pero derrotista, con dotes para la supervivencia pero con inclinación a la inadaptación tanto antes como después del cataclismo que genera el punto de inflexión social. Un héroe, como vemos, totalmente reñido con la ciencia ficción más épica.
A destacar, también, la belleza plástica de la escritura de Ballard, sus epidérmicas descripciones que contagian un determinado estado de ánimo. Con una luz narrativa lo más parecida, quizás, al realismo mágico que un escritor anglosajón puede producir (dejémoslo en materialismo onírico), Ballard se convierte por méritos propios en un poeta en prosa de la desolación, el desasosiego y la melancolía. Destaca, así mismo, su economía de recursos narrativos y cómo, sin un verdadero hilo argumental, es capaz de ofrecernos un planteamiento apocalíptico y una imaginería, que si no es necesariamente plausible, si resulta extremadamente sugerente. Un cóctel de interesantes ingredientes en el que brillan con luz propia unos personajes nada arquetípicos y con una cautivadora complejidad psicológica: algo que no debe extrañarnos en el autor que acuñó la expresión ?Espacio Interior?.
Elogios menos encendidos merece la traducción, que hubiera agradecido una revisión si eso no fuera quimérico en el caso de una reedición. No impide apreciar lo bueno de Ballard pero en determinados pasajes desconcierta y causa extrañeza.
Excellent capture. This would normally be overlooked by the average passerby. But you are not average. You have a special gift for seeing beauty in everyday things.